Miguel Ángel García Lapresta
ZETA AMALTEA
GeoSpatiumLab
mgarcia@amaltea.com
Uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en el futuro más próximo es conciliar la seguridad hídrica y la seguridad alimentaria con los necesarios equilibrios medioambientales. Estos equilibrios constituyen los Iímites físicos y biológicos de la biosfera para renovar los recursos que extraemos y metabolizar los desechos que producimos.
El cambio climático está remodelando el futuro para el agua dulce, que es el principal canal a través del cual ejerce su impacto: lluvias torrenciales, inundaciones y sequías.
La economía aragonesa tiene sus bases, y buena parte de su evolución, en la agricultura y la ganadería. Es una economía que ha dependido del agua desde su origen y ha evolucionado hacia un modelo más diversificado, en el que el sector industrial, también el agroindustrial y los servicios relacionados, han ido proporcionando valor añadido al sector primario.
Las interconexiones entre el agua, la energía y la producción de alimentos forman parte de los cimientos económicos de Aragón y continuará siéndolo en el futuro. Actualmente Aragón produce alimentos para más de 12 millones de personas; metabolizar esta actividad requiere esfuerzos mayores que los actuales. Minimizar el impacto negativo del cambio climático exige analizar las cadenas de valor relacionadas con el uso intensivo de agua, ya que involucran a una parte muy importante de la economía y de la cohesión territorial.
Estos fundamentos económicos están afectados por la creciente despoblación del medio rural. Para frenar esta tendencia, la agricultura de regadío, la gestión forestal y la ganadería extensiva son impulsores de primer orden. Por ello es necesario avanzar en la transformación digital del mundo rural, y en la gestión de riesgos climáticos para mejorar su sostenibilidad y competitividad en los mercados globales.
Las claves para desarrollar estrategias de adaptación exitosas se basan en la gobernanza y la gestión de riesgos que faciliten la participación activa de toda la sociedad, los agentes económicos y las instituciones públicas. Al mismo tiempo, la adaptación a este entorno cambiante, y cada vez más desfavorable, debe considerarse una prioridad para mejorar la seguridad a largo plazo.
Otra de las prioridades, tanto para el sector agropecuario como para la gestión hídrica, es evitar la grave externalidad que supone la contaminación difusa asociada al regadío y la ganadería, y que inhabilita enormes volúmenes de agua subterránea para su uso como agua potable. Es necesario impulsar la muy abandonada gestión de las aguas subterráneas, que suponen mas del 95 % del agua dulce disponible, y cuya inercia dificulta o imposibilita su descontaminación. Consecuentemente, es necesario mejorar las prácticas agrarias, transfiriendo de manera efectiva e inteligente los resultados científicos y tecnológicos al ámbito rural, optimizando el riego, la fertilización y los tratamientos fitosanitarios.
La parcela agrícola es el elemento físico de referencia en el que se producen los intercambios y transformaciones biofisicas y energéticas. Es donde deben concurrir el conocimiento y la tecnología para conseguir el equilibrio entre el productivismo y la sostenibilidad ambiental. Para que la parcela ejerza su función transformadora de manera eficiente, hay que gestionar el contexto tanto biofísico como socioeconómico.
Las plataformas digitales constituyen los elementos tecnológicos básicos para coordinar, integrar y compartir la información y el conocimiento necesarios para la toma de decisiones inteligentes. La transparencia, la trazabilidad y la participación son esenciales para gestionar esta complejidad, evitando la conflictividad innecesaria y la adiposidad burocrática, que dificultan los avances hacia la solución de unos problemas que crecen a mayor ritmo que las soluciones.
Los riesgos climáticos están aumentando como consecuencia de la variabilidad climática creciente. Para gestionar esos riesgos es necesario identificar los factores internos o externos que hacen a un territorio y a su economía vulnerables frente esta variabilidad climática.
Un enfoque basado en el riesgo, estimando su probabilidad de ocurrencia y el impacto que podría ocasionar, ayuda a mejorar la seguridad hídrica y permite valorar el grado de aceptabilidad de cada impacto.
Analizar el riesgo climático de un sistema productivo implica conocer el riesgo externo; es decir, el derivado de su situación en un territorio y una cuenca hidrográfica determinada, y el riesgo propio de su vulnerabilidad en ese contexto, mediante un análisis como se esquematiza en la figura:
El primer paso consiste en combinar los escenarios climáticos con modelos hidrológicos y modelos suelo –agua, para simular los efectos concretos que traerán las condiciones climáticas futuras para los sistemas de recursos hídricos y, en consecuencia, para los sectores productivos y sociales dependientes. Las proyecciones se hacen con distintos horizontes temporales cuya fiabilidad es decreciente con el plazo simulado.
Estas simulaciones deberán traducirse en balances de disponibilidad – demanda, teniendo en cuenta la temporalidad de ambas, las necesidades de regulación para adaptarlas con la suficiente garantía y los requisitos de calidad fisicoquímica, para evaluar los tratamientos necesarios tanto para su uso como para su retorno el medio.
Gestionar el riesgo implica ser activos en evitarlos en lo posible, en reducirlos, asumirlos o transferirlos. Cada una de las acciones dependerá de su grado de aceptabilidad en función de sus consecuencias y de su probabilidad.
El modelo de economía circular, unido a una buena gobernanza adaptativa del agua, son el marco de referencia para una adecuada planificación económica y territorial, que persiga una prosperidad justa para todos. No hacerlo así será mucho más costoso.
Para abordar con éxito todos estos desafíos, en Aragón existe talento, conocimiento, centros tecnológicos y de investigacioón suficientes y muy capacitados. También tenemos organizaciones agrarias de primer orden y clústeres de nueva generación, que integran todas las capacidades necesarias para crear un futuro mas inteligente e integrador.
Jesús Ollés Grúas
Agricultura Técnica y Desarrollo Rural S.L
jesolles@agriculturatecnica.es
Es difícil de imaginar un sector productivo donde las tecnologías no hayan hecho su aparición y hayan aportado beneficios y el agrario no está siendo una excepción y el nuestro no es una excepción. Podemos ir borrando el estereotipo de un agricultor que no sea un profesional. Ya en este momento una buena parte de los agricultores se han transformado en empresarios y están utilizando todas las oportunidades que tengan a su alcance para rentabilizar sus explotaciones, incluidas las nuevas tecnologías. Eso sí, cuando estén maduras y su precio sea competitivo y el beneficio económico compense la inversión.
En este inicio de siglo XXI los ejemplos de modernización entre los agricultores cada vez son más y una nueva generación está ya al frente de explotaciones. Esta generación ya utiliza las nuevas tecnologías. Internet y los teléfonos inteligentes les están proporcionando información muy útil para su gestión.
Por otro lado, los grupos de cooperación del PDR 2016-2020 nos están abriendo la puerta a la posibilidad de transferir tecnologías al sector que de otra manera necesitaría de más tiempo y elevados esfuerzos de comunicación. También pueden ser la punta de lanza que permita cribar las tecnologías más útiles para el sector de las que pueden necesitar de más tiempo para alcanzar su madurez.
En nuestro caso, desde agricultura técnica y desarrollo rural s.l, hemos participado en el grupo denominado “manejo eficiente del riego mediante la monitorización con sondas de humedad y teledetección” vinculado a la aplicación de las nuevas tecnologías, sensores remotos y la conectividad que permite hoy en día internet. (La información detallada sobre el proyecto se encuentra en https://www.sondashumedadregadio.es/)
La innovación potencial del Proyecto se enfoca en la monitorización del suelo y planta mediante sensores para mejorar la gestión del regadío de manera que se generen sistemas agrícolas más eficientes y medioambientalmente sostenibles.
De todos los parámetros monitorizables mediante sensores, uno de los que proporcionan más información y que al mismo tiempo cuenta con tecnología asequible y fiable para la obtención de datos, es la humedad del suelo. El objetivo es monitorizar las reservas de agua que hay en cada momento dentro de la zona radicular y el ritmo de absorción de agua por parte del cultivo. La utilización de sensores de humedad para controlar la cantidad de agua (contenido volumétrico: m de agua/m de suelo) resulta interesante para mejorar la gestión del riego, ahorrar energía y también para evitar pérdidas por percolación de fertilizantes puesto que nos permiten conocer la siguiente información.
Así pues, mediante la instalación de 15 sensores de humedad en la Comunidad General de Regantes de Bardenas y 11 sensores en la Comunidad de Regantes de Mequinenza (los dos socios beneficiarios del proyecto) se han monitorizado, entre otros, los siguientes eventos:
- Ritmo y profundidad de absorción de agua por la planta.
- Situaciones de estrés hídrico.
- Balance de agua en el suelo.
- Movimiento del agua en el perfil.
- Problemas de infiltración, capa freática y escorrentía.
Y todo lo anterior aparece como de vital importancia en un momento en el que nos encontramos con alarmantes variaciones en el régimen de lluvias (el inicio seco de esta primavera 2.019 ha mantenido a los agricultores del regadío en vilo) y los golpes de calor pueden afectar a la producción, como hemos comprobado en los veranos de 2.016 y 2.017.
Imagen del equipo transmisor de la información de los sensores de humedad instalado en campo sembrado con maíz. Sos del Rey Católico (Zaragoza).
Y como muestra un botón, tal y como detallamos en el artículo “Sensores de humedad para el riego eficiente. Resultados en maíz y alfalfa.” publicado en el blog del proyecto nos encontramos con las siguientes lecturas de los sensores de humedad:
Lecturas de los equipos de humedad. La recta de color verde se corresponde con Capacidad de Campo y la recta de color marrón con el Punto de Recarga.
La variabilidad en el régimen de precipitaciones (se partía de una alta humedad del suelo como consecuencia de tormentas a inicios del mes de junio) con un golpe de calor a mediados de mes trajo consigo una disminución de la humedad del suelo a pesar de las dosis de riego aportadas. Afortunadamente, las tormentas de finales de mes junto con el riego aportado llevaron la humedad del suelo por encima de PR (punto de recarga).
Es importante tener en cuenta que los períodos sensibles de desarrollo de cultivo del maíz, como la floración y el llenado de granos temprano, tienen lugar cuando las plantas están más susceptibles a las situaciones estresantes, por ejemplo, luz, agua o nutrientes insuficientes. Por tanto, en este tipo de suelos es muy importante controlar que la humedad no descienda del punto de recarga.
María Luisa Feijóo Bello
Departamento de Análisis Económico
Facultad de Economía y Empresa - Universidad de Zaragoza
Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2)
En el año 2006, el ex economista jefe del Banco Mundial, Sir Nicholas Stern, estimó que el mundo necesitaría gastar el 1% del PIB mundial cada año para proteger su futuro del cambio climático. Stern advirtió que el planeta sufriría pérdidas que oscilan entre el 5 y el 20% del PIB mundial cada año. Además, estos costes serán cada vez mayores cuanto más se tarde en poner en marcha acciones efectivas para revertir el cambio climático puesto que habrá más probabilidad de que el calentamiento supere los umbrales críticos y que las pérdidas sean más devastadoras.
El Primer Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de 1990, confirmó los elementos científicos que suscitan preocupación acerca del cambio climático. Desde entonces ya sabemos que el calentamiento del sistema climático es inequívoco, como evidencian los aumentos observados del promedio mundial de la temperatura del aire y del océano, el deshielo generalizado y el nivel del mar.
El quinto informe de evaluación del (IPCC), documenta que eliminar el carbono de la atmósfera es la única solución en la mayoría de los escenarios para evitar el riesgo de cambio climático catastrófico, ya que nos hemos postergado tanto que reducir las emisiones actuales ya no evita este riesgo. El CO emitido permanece durante cientos de años en la atmósfera y los niveles actuales ya pueden desencadenar este cambio.
El sector agrario ha sido uno de los primeros en detectar y sufrir los efectos del cambio climático y cada vez es más evidente que los riesgos que asumen los agricultores al iniciar un proyecto agrícola son en realidad riesgos achacables al cambio climático.
El coste de las políticas activas de lucha contra el cambio climático debe asumirse como el precio que debemos pagar para evitar el riesgo de sufrir las consecuencias del cambio climático en curso. En todo caso siempre la prevención tiene un coste inferior al inasumible coste de un escenario Bussines as usual.
La cuestión ahora es determinar cómo se revierte el cambio climático de la manera más eficiente y rápida. En este papel la agricultura puede y debe jugar un rol importante.
Impactos en la agricultura
Durante demasiados años se ha tratado la crisis climática como si todavía fuera "incierta" y de un futuro lejano. El quinto informe del IPCC nos dice que si la temperatura se incrementa 2ºC o más respecto a los niveles de finales del siglo XX, y en ausencia de medidas de adaptación, se prevén impactos negativos sobre la producción de los principales cultivos (trigo, arroz y maíz).
Los principales impactos previstos en zonas rurales, en el corto, medio y largo plazo, están relacionados con la disponibilidad y el suministro de agua, la seguridad alimentaria y los ingresos agrícolas, incluyendo cambios en las áreas de producción de cultivos alimentarios y no alimentarios en todo el mundo. Todos los aspectos de la seguridad alimentaria están potencialmente afectados por el cambio climático. Para niveles de calentamiento global de 4ºC y superiores respecto a los niveles de finales del siglo XX, en combinación con el aumento de la demanda de alimentos, se plantean grandes riesgos a la seguridad alimentaria mundial y regional.
No es suficiente la adaptación
Aumentar los esfuerzos para mitigar y adaptarse, a la vez, al cambio climático implica tener en consideración la creciente complejidad de las interacciones medio y clima. La adaptación es dependiente del lugar y del contexto, y no existe una aproximación única para todos los entornos. De hecho, las opciones de adaptación son más eficaces cuando se integran en las políticas sectoriales y locales existentes. Reconocer la vulnerabilidad de las zonas rurales y conocer los impactos económicos ayudará al diseño de las políticas necesarias.
Riesgos demasiado grandes para ignorarlos
El cambio climático presenta riesgos que dependen de nuestras acciones colectivas. Gestionar el riesgo climático no es una actividad nueva para la agricultura. De hecho, la incertidumbre ambiental, como el riesgo climático, es la forma más antigua de incertidumbre económica. En la Inglaterra medieval, la tierra de un campesino se dividía en muchas parcelas muy dispersas. Los historiadores interpretan esto como una forma de cubrir el riesgo climático.
Ante tales riesgos, la política climática debe encontrar medidas preventivas. La probabilidad de que nuestra casa se incendie o se inunde es próxima a cero, sin embargo, la mayoría de nosotros pagamos para asegurarnos contra estos riesgos. ¿Por qué nuestras decisiones sobre el cambio climático no reflejan la misma prudencia y compromiso?
Tres acciones necesarias
Son muchas las medidas a adoptar y necesitamos nuevas políticas que protejan nuestro sector agrario del escenario actual de pérdida de recursos endógenos.