José M. García-Ruiz
Instituto Pirenaico de Ecología
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
humberto@ipe.csic.es
Las áreas de montaña se han visto afectadas por un intenso proceso de abandono de tierras de cultivo debido tanto a la despoblación, que ha desmantelado buena parte de la organización social y económica del medio rural desde comienzos del siglo XX y especialmente desde la década de 1950, como a las dificultades para la práctica de la agricultura relacionadas con las fuertes pendientes y las limitaciones climáticas. El abandono también ha afectado a laderas no cultivadas, utilizadas, a veces de manera marginal, por la ganadería extensiva. Debe tenerse en cuenta que la mayor parte de las laderas solanas situadas por debajo de 1600 m de altitud fueron cultivadas en los momentos de mayor presión demográfica (a mediados del siglo XIX), a veces en pendientes extremas o mediante sistemas de agricultura nómada que estuvieron vigentes hasta la década posterior a la Guerra Civil. De ahí el deterioro experimentado por los suelos en muchas laderas.
La principal consecuencia del abandono de tierras ha sido la recolonización natural por parte de diferentes formaciones de matorral y de bosque, a las que se han sumado extensas superficies de bosque reforestado artificialmente. Es lo que se conoce como “rewilding” o renaturalización del territorio, que tiene complejas implicaciones desde distintos puntos de vista: (i) un descenso en la capacidad de generación de los recursos hídricos debido al consumo de agua por parte de árboles y matorrales y al efecto de la interceptación del agua de lluvia; de ahí la tendencia declinante del caudal en todos los ríos pirenaicos (ii) un descenso en la actividad de los procesos de erosión, reduciéndose el transporte de sedimento por parte de la red fluvial y un alargamiento de la vida útil de los embalses; (iii) una tendencia hacia la homogeneización del paisaje, que enmascara la morfología agraria (forma y tamaño de los campos de cultivo, drenajes artificiales) creada por las sociedades humanas en los paisajes culturales; (iv) un incremento del riesgo de grandes incendios a causa de la formación de amplias superficies continuas dominadas por especies leñosas; y (v) una pérdida de biodiversidad relacionada con la drástica reducción de ecotonos (zonas fronterizas entre distintas formaciones vegetales), donde vive un mayor número de aves, pequeños mamíferos e insectos, aunque se favorece la expansión de ungulados y carnívoros. Un paseo por zonas de montaña de la Península Ibérica nos confirma la gran expansión de matorrales y bosques, incluso en campos de cultivo abancalados, que ahora se desploman parcialmente, perdiendo no sólo el suelo acumulado durante siglos sino también un paisaje cultural de extraordinario valor. En alta montaña los paisajes subalpinos, que estaban ocupados por bosques densos, se empezaron a deforestar tímidamente en el Neolítico y más intensamente a partir de los siglos XII y XIII, para permitir el pastoreo estival de grandes rebaños trashumantes y trasterminantes. Estos pastos han mantenido su elevada productividad gracias a la presión ganadera y a su adecuada gestión. Sin embargo, ahora vemos cómo el arbolado progresa en altitud y reduce el espacio de pastoreo estival. Este fenómeno es espectacular en la divisoria de Las Blancas, entre los valles de Canfranc y Aísa, en la zona de Guarrinza en el valle de Hecho, y en la cabecera del río Veral.
Figura 1. Bancales abandonados en Bestué, en el entorno del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Algunos de los mejores bancales todavía se conservan, aunque la colonización por parte del arbolado es evidente, como en la parte inferior izquierda de la imagen. La tendencia hacia la homogeneización es muy acusada y amenaza la diversidad creada por un paisaje que podría seguir siendo muy útil a la ganadería extensiva.
Para algunos científicos, especialmente centro- y nor-europeos, esta es una gran oportunidad para conseguir una naturaleza más salvaje y recuperar las funciones ecológicas que dominaban el paisaje hasta que, desde el Neolítico, las sociedades humanas contribuyeron a una progresiva simplificación. Se trata de una ideología, más que de una teoría estrictamente científica, que trata de eliminar todo tipo de actividad en aquellos lugares que los agricultores y ganaderos han ido abandonando.
Figura 2. Antiguos campos cultivados en el valle del Leza (sierra de Cameros, La Rioja) que han sido desbrozados recientemente para favorecer a la ganadería extensiva. Obsérvese que solo se han desbrozado los mejores campos, de pendiente suave, y que se ha mantenido el matorral y el arbolado en las pendientes más fuertes, contribuyendo a la presencia de setos que aumentan la biodiversidad. El resto de las laderas se encuentran colonizadas por formaciones de matorral y creciente presencia de robledales. Foto: T. Lasanta.
Sin embargo, todavía es posible una gestión del medio montano que favorezca lo que ahora se conoce como “servicios ecosistémicos” y además deje abiertas las posibilidades para que se mantenga una cierta presencia de la ganadería extensiva y, por lo tanto, de ganaderos que fijen población en el medio rural. Eso solo es posible si se revierte parcialmente la tendencia hacia el establecimiento de especies leñosas, muchas de ellas espinosas, mediante el aclareo o desbroce selectivo de los mejores lugares. La gestión agroganadera debe tener en cuenta la heterogeneidad topográfica y topoclimática del territorio montano para aumentar su diversidad, explotar los mejores lugares (de pendiente más suave, con suelos profundos, posibilidades incluso de riego), con prados de siega o de diente, mantener algunos de los mejores bancales, que contribuyen a crear riqueza y diversidad paisajística, y conservar los setos, todo ello mediante desbroces selectivos que eviten la recolonización general por parte del bosque y el matorral. El resto del territorio, allí donde predominan las fuertes pendientes y es mayor el riesgo de erosión, puede abandonarse a una sucesión vegetal natural. Esta gestión contribuye a crear un mosaico paisajístico que (i) permite la presencia de ganadería extensiva y fija población joven; (ii) aumenta la biodiversidad sin poner en peligro la expansión de mamíferos herbívoros y carnívoros; (iii) reduce el riesgo de ocurrencia de grandes incendios; y (iv) preserva parte de los viejos paisajes culturales cuya adaptación a la diversidad ambiental tanto puede enseñarnos a mejorar la gestión del medio rural. No es una propuesta nueva: los desbroces selectivos se están aplicando en muchos pueblos de la montaña riojana, con notable éxito desde muchos puntos de vista, siendo el principal la llegada de nuevos ganaderos y la recuperación de los censos de ovino y vacuno, en paralelo a la mejora cualitativa del paisaje. También se aplica en algunos sectores del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, donde se trata de favorecer la persistencia de un paisaje histórico que preserve sus mejores valores y contribuya a recuperar los censos ganaderos.
José M. García-Ruiz
Instituto Pirenaico de Ecología
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
humberto@ipe.csic.es
Las áreas de montaña se han visto afectadas por un intenso proceso de abandono de tierras de cultivo debido tanto a la despoblación, que ha desmantelado buena parte de la organización social y económica del medio rural desde comienzos del siglo XX y especialmente desde la década de 1950, como a las dificultades para la práctica de la agricultura relacionadas con las fuertes pendientes y las limitaciones climáticas. El abandono también ha afectado a laderas no cultivadas, utilizadas, a veces de manera marginal, por la ganadería extensiva. Debe tenerse en cuenta que la mayor parte de las laderas solanas situadas por debajo de 1600 m de altitud fueron cultivadas en los momentos de mayor presión demográfica (a mediados del siglo XIX), a veces en pendientes extremas o mediante sistemas de agricultura nómada que estuvieron vigentes hasta la década posterior a la Guerra Civil. De ahí el deterioro experimentado por los suelos en muchas laderas.
La principal consecuencia del abandono de tierras ha sido la recolonización natural por parte de diferentes formaciones de matorral y de bosque, a las que se han sumado extensas superficies de bosque reforestado artificialmente. Es lo que se conoce como “rewilding” o renaturalización del territorio, que tiene complejas implicaciones desde distintos puntos de vista: (i) un descenso en la capacidad de generación de los recursos hídricos debido al consumo de agua por parte de árboles y matorrales y al efecto de la interceptación del agua de lluvia; de ahí la tendencia declinante del caudal en todos los ríos pirenaicos (ii) un descenso en la actividad de los procesos de erosión, reduciéndose el transporte de sedimento por parte de la red fluvial y un alargamiento de la vida útil de los embalses; (iii) una tendencia hacia la homogeneización del paisaje, que enmascara la morfología agraria (forma y tamaño de los campos de cultivo, drenajes artificiales) creada por las sociedades humanas en los paisajes culturales; (iv) un incremento del riesgo de grandes incendios a causa de la formación de amplias superficies continuas dominadas por especies leñosas; y (v) una pérdida de biodiversidad relacionada con la drástica reducción de ecotonos (zonas fronterizas entre distintas formaciones vegetales), donde vive un mayor número de aves, pequeños mamíferos e insectos, aunque se favorece la expansión de ungulados y carnívoros. Un paseo por zonas de montaña de la Península Ibérica nos confirma la gran expansión de matorrales y bosques, incluso en campos de cultivo abancalados, que ahora se desploman parcialmente, perdiendo no sólo el suelo acumulado durante siglos sino también un paisaje cultural de extraordinario valor. En alta montaña los paisajes subalpinos, que estaban ocupados por bosques densos, se empezaron a deforestar tímidamente en el Neolítico y más intensamente a partir de los siglos XII y XIII, para permitir el pastoreo estival de grandes rebaños trashumantes y trasterminantes. Estos pastos han mantenido su elevada productividad gracias a la presión ganadera y a su adecuada gestión. Sin embargo, ahora vemos cómo el arbolado progresa en altitud y reduce el espacio de pastoreo estival. Este fenómeno es espectacular en la divisoria de Las Blancas, entre los valles de Canfranc y Aísa, en la zona de Guarrinza en el valle de Hecho, y en la cabecera del río Veral.
Figura 1. Bancales abandonados en Bestué, en el entorno del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Algunos de los mejores bancales todavía se conservan, aunque la colonización por parte del arbolado es evidente, como en la parte inferior izquierda de la imagen. La tendencia hacia la homogeneización es muy acusada y amenaza la diversidad creada por un paisaje que podría seguir siendo muy útil a la ganadería extensiva.
Para algunos científicos, especialmente centro- y nor-europeos, esta es una gran oportunidad para conseguir una naturaleza más salvaje y recuperar las funciones ecológicas que dominaban el paisaje hasta que, desde el Neolítico, las sociedades humanas contribuyeron a una progresiva simplificación. Se trata de una ideología, más que de una teoría estrictamente científica, que trata de eliminar todo tipo de actividad en aquellos lugares que los agricultores y ganaderos han ido abandonando.
Figura 2. Antiguos campos cultivados en el valle del Leza (sierra de Cameros, La Rioja) que han sido desbrozados recientemente para favorecer a la ganadería extensiva. Obsérvese que solo se han desbrozado los mejores campos, de pendiente suave, y que se ha mantenido el matorral y el arbolado en las pendientes más fuertes, contribuyendo a la presencia de setos que aumentan la biodiversidad. El resto de las laderas se encuentran colonizadas por formaciones de matorral y creciente presencia de robledales. Foto: T. Lasanta.
Sin embargo, todavía es posible una gestión del medio montano que favorezca lo que ahora se conoce como “servicios ecosistémicos” y además deje abiertas las posibilidades para que se mantenga una cierta presencia de la ganadería extensiva y, por lo tanto, de ganaderos que fijen población en el medio rural. Eso solo es posible si se revierte parcialmente la tendencia hacia el establecimiento de especies leñosas, muchas de ellas espinosas, mediante el aclareo o desbroce selectivo de los mejores lugares. La gestión agroganadera debe tener en cuenta la heterogeneidad topográfica y topoclimática del territorio montano para aumentar su diversidad, explotar los mejores lugares (de pendiente más suave, con suelos profundos, posibilidades incluso de riego), con prados de siega o de diente, mantener algunos de los mejores bancales, que contribuyen a crear riqueza y diversidad paisajística, y conservar los setos, todo ello mediante desbroces selectivos que eviten la recolonización general por parte del bosque y el matorral. El resto del territorio, allí donde predominan las fuertes pendientes y es mayor el riesgo de erosión, puede abandonarse a una sucesión vegetal natural. Esta gestión contribuye a crear un mosaico paisajístico que (i) permite la presencia de ganadería extensiva y fija población joven; (ii) aumenta la biodiversidad sin poner en peligro la expansión de mamíferos herbívoros y carnívoros; (iii) reduce el riesgo de ocurrencia de grandes incendios; y (iv) preserva parte de los viejos paisajes culturales cuya adaptación a la diversidad ambiental tanto puede enseñarnos a mejorar la gestión del medio rural. No es una propuesta nueva: los desbroces selectivos se están aplicando en muchos pueblos de la montaña riojana, con notable éxito desde muchos puntos de vista, siendo el principal la llegada de nuevos ganaderos y la recuperación de los censos de ovino y vacuno, en paralelo a la mejora cualitativa del paisaje. También se aplica en algunos sectores del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, donde se trata de favorecer la persistencia de un paisaje histórico que preserve sus mejores valores y contribuya a recuperar los censos ganaderos.