Maria Jesús Rodríguez Yoldi
Departamento de Farmacología y Fisiología.
 Facultad de Veterinaria - Universidad de Zaragoza
Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2)

En los procesos agroalimentarios y forestales se generan residuos cuyo valor potencial es elevado aunque totalmente desconocido en la actualidad. Por lo tanto, la utilización de este material descartado podría ser económicamente viable y ambientalmente favorable.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el proceso de transformación de materias primas en la industria agroalimentaria genera una importante cantidad de desechos en forma de cáscaras, pieles, tallos, semillas, pulpas, entre otros, lo que supone alrededor de 1.3 billones de toneladas por año. Este tipo de desechos se considera material indeseado y es eliminado de forma costosa en vertederos o incineradoras provocando efectos negativos sobre el medio ambiente. Solo en el mejor de los casos, es reutilizado para alimentación animal.

Las industrias procesadoras de fruta, verdura y aceite de oliva tienen una gran importancia en el territorio de Aragón. En dichas industrias se generan pulpas de hortalizas y frutas como pimiento, pepino, manzana y melocotón, alperujos y alpechines de las almazaras. En la actualidad, con el objetivo de buscar nuevas soluciones a la revalorización de estos residuos, se están realizando distintas actividades para extraer, caracterizar y encapsular principios activos susceptibles de ser utilizados posteriormente. En este sentido, el término "food by-products" está empezando a crecer ya que, según los científicos, este tipo de productos de desecho son materiales de partida para la obtención de compuestos beneficiosos para la salud y de alto valor añadido con un claro mercado potencial. También se piensa en su utilización como fitosanitarios naturales ya que se han descrito tratamientos fúngicos basados en productos naturales como el ajo, clavo y pimienta con potenciales resultados.

Por otra parte, los residuos lignocelulósicos procedentes de la industria maderera también representan una fuente de sustancias químicas valiosas. Su abundancia, su origen renovable y sus componentes lo convierten en una prometedora fuente de recursos. Los extractos aislados de coníferas son utilizados como fragancias en cosméticos, aditivos aromatizantes de alimentos y bebidas y como anticancerígenos. Actualmente, está creciendo su interés debido a la presencia de antioxidantes naturales que podrían reemplazar a los artificiales.

Obtenidos los residuos, los retos planteados se centran en la aplicación de tecnologías que den lugar a diferentes extractos y en la evaluación de las propiedades de los mismos contando con técnicas que tienen desarrolladas los grupos de investigación. En este proceso, se procuran utilizar metodologías de extracción viables técnica y económicamente con el objetivo de obtener productos enriquecidos a precios competitivos a nivel industrial.

Los principios activos obtenidos de los residuos son de naturaleza química variada. En este sentido, podemos encontrar carotenoides en el pimiento; fitoesteroles y terpenos en el pepino; derivados de dihidrochalcona y flavonoles en la manzana. La pulpa de melocotón posee ácido clorogénico, catequina y derivados de cianidina y quercetina. Otros como los alpechines y alperujos poseen sustancias como la oleuropeína y el ácido elenólico. La mayoría de estos residuos presentan una fuerte actividad antioxidante por la presencia de compuestos fenólicos.

Así, una vez identificados los principios activos que forman parte de los extractos de los residuos y en función de su naturaleza química, su aplicación se puede dirigir hacia el ámbito terapéutico en el tratamiento de enfermedades, muchas de ellas relacionadas con el estrés oxidativo, como el cáncer, afecciones digestivas y respiratorias, cardiovasculares como la aterosclerosis etc (Figura 1) o bien o hacia el cultivo ecológico como fitosanitarios gracias a su carácter antimicrobiano y antifúngico. Otra aplicación de estos principios activos se centra en la obtención de recubrimientos alimentarios, bebidas enriquecidas y productos curados de alto valor añadido. Por tanto, la utilización de extractos naturales en sectores como el alimentario o el fitosanitario, representa una alternativa a los compuestos artificiales obtenidos por síntesis.


Fugura 1. Aplicación de principios activos obtenidos de residuos agroalimentarios y forestales en el tratamiento de enfermedades.

El grupo de investigación de la DGA “Dieta mediterránea y su potencial nutracéutico” ubicado en la Facultad de Veterinaria, está desarrollando una investigación basada en la obtención de principios activos de residuos, procedentes de industrias de zumos de frutas, almazaras y cortezas de pinos, y su aplicación terapéutica en el tratamiento del cáncer de colon, hígado y mama gracias a la concesión del proyecto Redvalue (SUDOE).

Los resultados obtenidos hasta el momento son prometedores dado que los extractos de zumos y de cortezas de distintas variedades de pinos inhiben el crecimiento celular al provocar muerte por apoptosis. Asimismo, hemos encontrado que estos extractos naturales presentan sinérgia con los quimioterápicos habituales potenciando su efecto.

El carácter innovador de este proyecto se centra en una colaboración estrecha entre el sector industrial y los centros de investigación para conseguir el aprovechamiento integral de la producción agroalimentaria y forestal, cerrando el círculo en sus procesos productivos. El ciclo comienza con industrias que producen una gran cantidad de residuos y termina con las que los aprovechan, generando nuevos productos con un alto valor de mercado por sus múltiples aplicaciones. En este cierre de ciclo, la participación activa de los centros de investigación y universidades es esencial, ya que en ellos están los conocimientos científicos y tecnológicos para desarrollar las distintas formas de revalorización de los residuos (Figura 2).

Figura 2. Red de transferencia tecnológica de los principios activos obtenidos de los residuos agroalimentarios y forestales.

Se pretende, por tanto, promover una economía basada en el aprovechamiento de los residuos hasta ahora descartados y generar oportunidades de crecimiento para las pymes de los sectores agrícola, alimentario y forestal por la apertura de nuevos mercados.

Domingo Sancho Knapik
Unidad de Recursos Forestales
   Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA)
Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2)

La primera vez que escuche el término “baño de bosque” me vinieron a la cabeza ideas muy dispares, desde que podía estar relacionado con un spa o salón de belleza en la naturaleza hasta ser un simple urinario colocado de forma estratégica en el bosque. Mi curiosidad aumentó cuando empecé a leer sobre el tema y descubrí su significado. El baño de bosque, o baño forestal es el término que se utiliza en nuestro país para designar lo que en Japón se conoce como shinrin yoku, y que se refiere a los paseos saludables que se dan por el bosque de una forma meditativa. Así es, el baño de bosque proviene de la cultura japonesa y está inspirado en las tradiciones sintoístas y budistas que promueven la comunicación con la naturaleza. Surgió como una iniciativa de crear una práctica terapéutica que favoreciera un estado de relajación mental y físico de una población urbana sometida a niveles intensos de estrés y competitividad. Durante esta práctica de unas 2 horas de duración, que puede estar guiado por un especialista y que se puede hacer en grupo, el caminante se relaciona directamente con el bosque percibiéndolo con todos los sentidos posibles. Una sesión podría consistir en una visita a un bosque determinado caminando, sentándose, estirándose, observando elementos naturales del entorno, y disfrutando del silencio y los sonidos naturales. Como tanto a mis compañeros Fernando Martínez Peña y Tiziana de Magistris, como a mí mismo nos pareció una actividad susceptible de convertirse en una atracción turística perfecta para implantarse en la Comunidad de Aragón y así revalorizar nuestro patrimonio natural, empecé a dedicarle parte de mi tiempo de investigador.

Antes de empezar cualquier experimento, seguí leyendo durante un tiempo y me pregunté que podría ofrecer a esta innovadora actividad un ecofisiólogo forestal que estudia el funcionamiento y características de las plantas en relación al ambiente donde viven. Concluí que, independientemente del efecto positivo global que el entorno natural tiene durante el baño, la atmosfera que envuelve el propio bosque y que el caminante respira a lo largo de la actividad, podría tener, por si mismo, un efecto importante en el estado saludable final del practicante. Esta atmósfera, aparte de tener menos partículas contaminantes que las atmósferas urbanas, puede contener diversos compuestos volátiles, con o sin olor, que las plantas generan durante su actividad metabólica y que, según unos primeros estudios, podrían tener efectos positivos en los sistemas respiratorio, nervioso y cardíaco de las personas.

 

Paseo relajante a lo largo de un bosque japonés.

Seleccionamos dos zonas de muestreo en masas forestales de la provincia de Teruel con fácil accesibilidad y cercanas a núcleos urbanos: pinares de silvestre de la sierra del Tremedal próximos a Orihuela del Tremedal y pinares de pinaster del Ródeno colindandes con Bezas. Una vez decidido los recorridos de muestreo, que bien podrían ser susceptibles de convertirse en caminos para realizar baños de bosque, muestreamos mensualmente (desde marzo, aún con nieve en las sierras, hasta noviembre de 2018, cuando se apreciaron las primeras heladas) las atmósferas de ambas masas en busca de los mencionados compuestos volátiles de las plantas. Fue divertido muestrear estos lugares por cuanto siempre acontecían diferentes sucesos; desde tener que caminar entre la nieve, hasta encontrarnos fortuitamente con cérvidos o excursionistas curiosos que visitaban la zona. También fue muy interesante percibir las zonas de muestreo durante las cuatro estaciones y observar la evolución del bosque a lo largo del año. Una vez terminados los muestreos, los análisis preliminares nos están indicando que, aunque puedan aparecer los mismos compuestos volátiles en las dos masas seleccionadas, las concentraciones de los volátiles pueden variar en función de la especie vegetal dominante. Por otro lado, los resultados previos también nos indican que las concentraciones de los compuestos en la atmósfera están fuertemente relacionadas con las condiciones climáticas (temperatura y humedad) existentes durante los días de muestreo. De esta forma, durante un día caluroso de verano muestreamos distinta concentración de volátiles que en un día fresco de invierno. Esta dependencia de la concentración de volátiles con otros factores como la especie vegetal dominante y las condiciones climáticas, tendría que tenerse en cuenta en caso de que los volátiles jugaran un papel relevante en el efecto positivo de los baños de bosque sobre la salud humana.

Detalle del bosque de pino silvestre de Orihuela del Tremedal. Imágenes tomadas en distintas épocas del año.

Parte adicional de este estudio fue la de comunicar nuestra experiencia y resultados a los habitantes de la comarca de Albarracín interesados en el tema. Nos acogieron con gran expectación y nos sentimos muy bien atendidos, en parte gracias a la Asociación de Empresarios Turísticos de la Sierra de Albarracín (AETSA), que nos ayudó a organizar la jornada. Fue tal el entusiasmo de los asistentes que, en el debate posterior a la charla, nos contaron interesantes anécdotas como la de un médico valenciano que en los años 60 trataba a sus pacientes asmáticos enviándolos a estos bosques de Teruel durante un tiempo para que se aliviaran. ¿Podría ser que ya hace décadas los médicos sospecharan de los efectos saludables de los bosques? ¿Por qué estamos perdiendo estas tradiciones? ¿Son los baños de bosque una nueva forma de volver a entrar en contacto con el medio natural? Mi sentido común me dice que una buena dosis de bosque le sienta bien a cualquiera.

Sergio Sánchez Duran
Unidad de Recursos Forestales
 Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA)
Instituto Agroalimentario de Aragón (IA2)
 ssanchezd@cita-aragon.es

La trufa negra es un recurso agroforestal de enorme importancia, que cada vez se aprovecha menos de modo silvestre y más en plantaciones. La región de Aragón es pionera en desarrollo y tecnificación en truficultura en el mundo. Gracias a ella, y más concretamente a Teruel, España se ha convertido en el mayor productor mundial de este hongo. El impacto de este cultivo en la sociedad rural es formidable, no sólo por la propia venta del producto, sino también por la actividad que genera a su alrededor, con ejemplos claros como el municipio de Sarrión. Empresas de transformación y comercialización, restauración y turismo, especialistas en riegos y sustratos, viveros, entrenadores de perros, consultorías y un largo etcétera, se nutren del éxito en el cultivo de regiones con recursos muy escasos y gravemente despobladas. Sin embargo, el cultivo de la trufa es complejo y los plazos de retorno de la inversión son dilatados. El éxito futuro dependerá de realizar tanto una correcta selección del terreno como un manejo adecuado de la plantación, así como de la calidad inicial de la planta que se coloca en el campo. En este artículo nos centraremos en este último aspecto.

La producción de árboles previamente micorrizados en viveros fue el inicio de la gran revolución en la producción trufera que estamos viviendo actualmente. España tiene un sector viverista especializado en truficultura muy potente, con cerca de 30 empresas que producen unos 250.000 plantones al año en su conjunto. En estos viveros se inocula el hongo de la trufa sobre las raíces de las plantas y se mantienen en condiciones adecuadas para que se formen las micorrizas, que son el resultado de la relación de simbiosis que se establece entre ambos organismos. Las micorrizas deben extenderse por la raíz, así cuando la planta sea llevada a campo el hongo de la trufa tendrá mayor ventaja competitiva sobre los hongos competidores del suelo. Estos hongos competidores son las verdaderas malas hierbas de este cultivo, porque intentan hacerse un hueco también en la raíz de nuestras plantas pudiendo colonizarlas completamente y acabando, por lo tanto, con las posibilidades de producir trufa. En función del terreno que se seleccione para establecer la plantación habrá más o menos cantidad de este tipo de hongos en el suelo, pero el hongo de la trufa necesita contar con ventaja inicial frente a ellos para que el cultivo tenga éxito.

Dados estos aspectos, cualquier lote de planta que vaya dedicarse a truficultura debe cumplir con dos tipos diferentes de calidad: la forestal y la de micorrización. En España, la primera esta regulada por un Real Decreto (289/2003), que permite valorar las posibilidades de supervivencia en campo al tener en cuenta parámetros de desarrollo vegetativo y de estado sanitario. La segunda, aún no regulada en nuestro país, contempla el grado de colonización de la raíz por las micorrizas de la trufa. Otros países como Francia e Italia cuentan con métodos de certificación oficiales, siendo la gran asignatura pendiente desarrollar uno para España. En España se produce planta de gran calidad, por lo que la certificación contribuiría a su puesta en valor de cara a las exportaciones así como a mejorar las relaciones internas de compra-venta.

La falta de regulación ha provocado que ciertas administraciones locales establezcan sus propios mecanismos de control de calidad, principalmente cuando se trata de subvencionar el cultivo, como son los casos de Huesca y Castilla y León. Por supuesto la mayor parte de las empresas realizan controles de calidad bien internos o bien con el apoyo de consultorías, aunque sin aval de parte de la administración.

Debe comentarse, no obstante, que no es sencillo establecer un método de certificación, principalmente porque existe un gran vacío científico sobre los mínimos de calidad exigibles a la planta trufera, los cuales además dependerán en gran medida de las características edafoclimáticas y biológicas del terreno que se seleccione y de cómo se maneje la plantación. Los métodos de evaluación del grado de micorrización algunas veces tampoco coinciden al valorar los mismos lotes, sin que aún se haya consensuado el más adecuado de todos ellos o generado uno nuevo para uso estatal. El RD 289/2003 también debería revisarse, contemplando criterios más laxos para ciertos parámetros, dado que en truficultura se realizan cuidados más propios de la agricultura que de repoblaciones forestales.

Por todo ello, y en aras de mejorar la seguridad jurídica de agricultores y viveristas, sería recomendable que las administraciones públicas desarrollaran una normativa de certificación exclusiva para la planta trufera, la cual se viene reclamando desde hace muchos años tanto por el sector productor como por los consumidores, y que se tenga en cuenta para su realización a todos los actores implicados. Sería recomendable además, que esta iniciativa fuese acompañada de un dispositivo experimental a gran escala para evaluar a medio-largo plazo la influencia de la calidad inicial de planta sobre las posibilidades de éxito de las plantaciones.

David Badía Villas
Departamento de Edafología y Química Agrícola
Escuela Politécnica Superior de Huesca
Instituto de Investigación en Ciencias Ambientales de la Universidad de Zaragoza (IUCA)
FUEGORED
badia@unizar.es

¿Por qué se quema nuestro monte? 

Los incendios forestales son un fenómeno intrínseco a la naturaleza pero cuya reciente evolución va muy ligada a la actividad antrópica. Mientras se mantuvo una población en el mundo rural que aprovechaba los recursos de su entorno, apenas había qué quemar y eran escasos los incendios forestales: los pastos y matorrales alimentaban al ganado ovino; los bosques proporcionaban la madera que se usaba en la construcción, en la calefacción, en hornos….Los cambios socio-económicos y la creciente asimetría entre el mundo rural y urbano proporcionan una biomasa forestal que quemará de forma incontrolada. Así, en España ardieron medio millón de hectáreas a lo largo de la década de los sesenta, cifra que se cuadriplicó en los setenta y sextuplicó en los ochenta. Las medidas de prevención y extinción han reducido estos valores pero, con todo, se han quemado alrededor de un millón de hectáreas de superficie forestal en la última década (Fig. 1).

 

Figura 1.- Superficie forestal quemada (en miles de hectáreas, escala en eje izquierdo) y número de siniestros (en miles, escala en eje derecho) en España en las últimas décadas. Elaboración a partir de datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.

 https://www.mapa.gob.es/en/desarrollo-rural/estadisticas/Incendios_default.aspx

Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el 96% de los siniestros tienen origen antrópico, ya siendo provocados de forma intencionada, o bien causados por negligencias y accidentes; entre estos últimos, algo más de la mitad se relacionan con las prácticas agrícolas y ganaderas (https://www.mapa.gob.es). Por tanto, la prevención en relación a estas actividades es fundamental. A otro nivel se actúa mediante quemas controladas, realizadas por los Equipos de Prevención Integral, que tratan de disminuir la carga de combustible forestal y generar discontinuidades en el paisaje, si bien raramente superan las 1000 ha/año. La progresiva mejora en la extinción está detrás de que la relación incendios/conatos vaya disminuyendo en los últimos años.

El fuego, ayuda antrópica aparte, lo tiene fácil en el contexto mediterráneo, mayoritario en Aragón, tanto por el clima como por la vegetación. Las características intrínsecas de la vegetación, típicamente xerofítica, con abundancia de estructuras leñosas, con bajo contenido hídrico, y una gran riqueza en esencias volátiles, la convierten en un material fácilmente inflamable. Respecto al clima, es determinante la coexistencia de un largo período de sequía con altas temperaturas. Además, la acción del viento durante estos períodos, produce momentos de muy poca humedad atmosférica lo que facilita el inicio y propagación del fuego, generándose grandes incendios forestales.

¿Cuáles son los efectos del incendio?

Tras un incendio forestal, el aspecto desolador que nos ofrecen los esqueletos leñosos nos induce a pensar que la vida allí ha sido eliminada. Sin embargo, entre las plantas calcinadas existen especies rebrotadoras, como el lastón, la coscoja o la carrasca, de respuesta inmediata tras la quema. Y especies germinadoras como la aliaga, las jaras o el pino carrasco que, con las primeras lluvias, germinarán profusamente en un entorno con escasa competencia. Estas últimas son especies que, a nivel de población, se ven "favorecidas" por el incendio (pirófitas). Esas estrategias para regenerarse con relativa rapidez tras un incendio (autosucesión) tienen un límite que lo marca la frecuencia de quemas, de manera que si ésta es elevada el pinar o el matorral pueden acabar convirtiéndose en un yermo.

Y ¿qué sucede con el suelo quemado? Es conocida la influencia que ejerce la temperatura sobre diversas propiedades y componentes del suelo. También es cierto que en la bibliografía se ofrece una variable interpretación de esos resultados, consecuencia del espesor muestreado, del tiempo post-quema o de la representatividad de suelos-control o de réplicas suficientes para contrarrestar la alta variabilidad espacial del suelo. En cualquier caso, por poner dos ejemplos extremos, bajas temperaturas, como las de quemas prescritas de vegetación aislada (Fig. 2) o de sotobosque, apenas generan más que la evaporación del agua edáfica, mientras que las alcanzadas por la quema de restos de tala apilados sobre el suelo forestal pueden incluso fusionar arcillas. Por suerte, el suelo tiene una elevada inercia térmica que aísla estos efectos directos a los primeros centímetros más superficiales. Por otro lado, las cenizas, generalmente ricas en cationes basificantes y/o en materia orgánica, pueden incorporarse al suelo o ser parcialmente exportadas (por las propias corrientes de convección producidas durante el incendio, o bien por los vientos o lluvias posteriores). Según domine uno u otro proceso, se generará un menor o mayor empobrecimiento del ecosistema quemado.

 

Fig. 2. La quema controlada de especies arbustivas (en la imagen, enebro rastrero) es una práctica tradicionalmente realizada para mantener pastos de verano en el dominio del bosque.

 

Fig. 3. Fajina colmatada de sedimentos en los montes quemados de Luna (Julio, 2015), un año después del incendio forestal.

Por otro lado, la pérdida del recubrimiento vegetal y de las capas de mantillo deja el suelo totalmente desprotegido frente a la lluvia, lo que suele incrementar tanto la escorrentía como la erosión durante los primeros años tras el fuego (Fig. 3). Este aumento es temporal y va regularizándose tal y como se recupera la cubierta vegetal. En cualquier caso, las tasas de erosión en suelos forestales quemados no son comparables con suelos o sedimentos permanentemente desnudos.

¿Cómo evitar la degradación del suelo?

Cuando se prevé una lenta recuperación de la cubierta vegetal o la zona afectada tiene una especial sensibilidad, puede ser conveniente medidas de urgencia para proteger el suelo quemado. Ello requiere actuar con rapidez y sin que “el remedio sea peor que la enfermedad”. La intervención puede ser distinta según la pendiente, la insolación o las comunidades vegetales preexistentes. Y puede pasar por enriquecer el sistema con especies más resilientes a las quemas, no obligatoriamente arbóreas, e incluso recubrir el suelo con un acolchado de paja, que haga las funciones del mantillo desaparecido. También la retirada de madera quemada debe minimizar la pérdida de suelo.

Por lo expuesto, la lucha o la profilaxis contra el incendio forestal, complementada con el estudio de las zonas quemadas (https://fuegosol.weebly.com/), debe permitirnos mejorar nuestro conocimiento sobre estos procesos y así optimizar nuestra respuesta frente a este tipo de perturbaciones.

 

Ramón Reiné Viñales 
Departamento de Ciencias Agrarias y del Medio Natural.
 Escuela Politécnica Superior de Huesca - Universidad de Zaragoza

En la sociedad actual, ya en su mayoría urbana, existe la convicción de que la conservación de la naturaleza no requiere de la intervención humana. Nada más lejos de la realidad. La mayoría de los paisajes naturales europeos más valorados son consecuencia y se mantienen hasta nuestros días por la acción del hombre. Es el caso de los prados de siega y los pastos de los puertos de montaña que tan bien representados tenemos en nuestra Comunidad Autónoma y que se preservan gracias a la actividad agraria.

En una primera entrega de esta Red de Intercambio se describieron los primeros, en esta ocasión hablaremos de los pastos de puerto y de los tipos que se incluyeron en la Directiva Hábitat (Directiva 92/43/CEE) y que hoy en día forman parte de la Red Natura 2000 aragonesa, principal instrumento para la conservación de la naturaleza en la Unión Europea.

Los pastos de puerto son comunidades herbáceas naturales, de aprovechamiento estival y a diente, que se ubican a partir de los 1500 msnm, por encima del nivel forestal. Son generalmente densos, con relativa humedad, de propiedad comunal y reciben ganado ovino, caprino, vacuno y equino de los municipios próximos o bien trashumante. En los pisos más altos su vegetación herbácea suele ser climácica, pero en los bajos en muchas ocasiones procede de la tala y quema del bosque primigenio realizada hace siglos, por lo que cuando la presión ganadera se reduce como en la actualidad, el pasto evoluciona a matorral y pasa por las distintas fases de sucesión secundaria hacia el arbolado.

De las trece formaciones vegetales de carácter herbáceo reconocidas en España por la mencionada Directiva Hábitat, cinco tienen presencia significativa en los pastos de puerto de las montañas aragoneses: Pirineos y Sistema Ibérico. Esta es su codificación, su denominación y sus principales características:

  • 6140 “Pastos pirenaicos y cantábricos de Festuca eskia”: En Aragón están presentes solo en los Pirineos sobre sustratos ácidos en laderas donde suele forman terracillas escalonadas (gradines) paralelas a las curvas de nivel. Su vegetación está dominada por esta gramínea amacollada de hojas largas, duras y pinchudas que en ocasiones se combina con el Trifolium alpinum (regaliz de montaña) aumentando así su valor pastoral.
  • 6160 “Pastos orófilos mediterráneos de Festuca indigesta”: En Aragón exclusivos del Sistema Ibérico, de carácter acidófilo, climatófilo y permanente, que constituyen la vegetación potencial del territorio que ocupan o etapas de sustitución de formaciones herbáceo leñosas de sabinas, enebros y nanocaméfitos de alta montaña. Su especie más conspicua y abundante es la citada gramínea de hojas cortas, duras y curvadas, que suele estar acompañada de otras especies de un enorme interés botánico pero de calidad nutritiva mediocre.
  • 6170 “Pastos de alta montaña caliza”: Presentes tanto en el Sistema Ibérico como en los Pirineos, sobre suelos básicos. Este hábitat agrupa diversos tipos de vegetación: en terrenos llanos y muy innivados (p. ej. Primulion intricatae), o bien en pendientes con sustrato estable (p. ej. Ononidion striatae) o inestabilidad moderada (p. ej. Festucion gautieri) e innivación escasa, con suelos más o menos desarrollados, ocultado en ocasiones por la abundante pedregosidad superficial. De las alianzas citadas solo es reseñable el valor pastoral de la “tasca” del Primulion para el ovino.
  • 6210 “Pastos vivaces mesofíticos y mesoxerofíticos sobre sustratos calcáreos de Festuco-Brometalia”: También presentes en los dos grandes sistemas montañosos aragoneses, sobre suelos ricos en nutrientes que permiten comunidades herbáceas vivaces densas, de carácter secundario, muy productivas y de alto valor pastoral y diversidad florística, con predominio de especies como Bromus erectus y Trifolium montanum por citar alguna.

Aster alpinus y Trifolium montanum en los pastos del hábitat 6210. Foto: Ramón Reiné

  • 6230 “Formaciones herbosas con Nardus, con numerosas especies, sobre sustratos silíceos de zonas montañosas (y de zonas submontañosas de Europa continental)”: Situados también tanto en los Pirineos como en el Sistema Ibérico, se trata de céspedes muy tupidos, edafohigrófilos, desarrollados sobre suelos profundos, de abundante materia orgánica, húmedos todo el año pero raramente encharcados, donde la gramínea Nardus stricta (cervuno) compite con ventaja frente a otras plantas. Especialmente indicados para el ganado mayor que al aprovechar y controlar el Nardus mantiene la diversidad del pasto y su valor pastoral.

La principal herramienta para la conservación de estos cinco hábitat es el pastoreo extensivo, por lo que debemos fomentar esta actividad y ordenarla adecuadamente, dando solución a algunos de sus principales problemas como: i) la falta de manejo del ganado en el puerto que origina por un lado querencias por unas zonas donde se acumula la materia orgánica y el pasto degenera por pisoteo y nitrofilia, mientras que en otras zonas se matorraliza por falta de pastoreo, y ii) la continuada disminución de la cabaña de ovejas en los puertos cuyo pastoreo más selectivo que el vacuno tiene implicaciones directas en la conservación vegetal.

Práctica del redileo con ovino en los pastos de puerto de la zona de Zuriza.

A su vez también se abren hoy en día una serie de oportunidades como i) la mejora de las condiciones laborales de los pastores por nuevas infraestructuras y tecnologías (cercas permanentes, mangas de manejo, bebederos, rediles, pistas de acceso, GPS, cercas virtuales, pastores eléctricos) y ii) la próxima puesta en marcha de los planes de gestión de la Red Natura 2000, que deberían contemplar una línea específica de ayudas para el pastoreo de estos hábitat.

Teodoro Lasanta
Instituto Pirenaico de Ecología
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
fm@ipe.csic.es

 

Durante siglos los recursos de la montaña mediterránea se utilizaron de forma casi integral en un sistema socioeconómico de casi autoabastecimiento. Ello permitió mantener densidades demográficas parecidas a las del medio rural de las llanuras y una cabaña ganadera muy elevada. A lo largo del siglo XX, especialmente entre los años cincuenta y ochenta, el sistema socioeconómico tradicional se desmorona, con la emigración masiva de la población, el abandono de las laderas cultivadas y la disminución drástica de la ganadería. La baja o nula explotación de los recursos ha llevado a un proceso de revegetación muy acusado con expansión de matorrales y bosques. Frente al paisaje complejo, en mosaico y cultural creado por los humanos durante siglos, surge otro muy homogéneo de extensas manchas de vegetación.

Este nuevo paisaje tiene algunas ventajas ambientales como el incremento del secuestro de carbono, de indudable interés para aminorar el cambio climático, la reducción de las tasas de erosión del suelo o su papel favorable en la expansión de grandes ungulados, que prefieren paisajes muy vegetados. Pero junto a estos efectos positivos surgen algunos inconvenientes, como la pérdida de paisajes culturales y de cierto atractivo para buena parte de la sociedad, el incremento del riesgo de incendios, la disminución de los recursos hídricos generados en la montaña que es la fuente primordial de abastecimiento para los ríos mediterráneos, y la pérdida de recursos pastorales, que limitan el desarrollo de la ganadería extensiva y con ello la posibilidad de  sobrevivir en los pueblos de la montaña mediterránea.

Foto 1: Ladera desbrozada en el Valle del Leza (La Rioja)

El Gobierno de La Rioja en los años ochenta del pasado siglo puso en marcha un plan de desbroce de matorrales con el fin de limitar los efectos negativos del abandono de tierras y la revegetación posterior. Los desbroces se hacen con tractor y son financiados con ayuda de los programas de desarrollo rural y lucha contra incendios de la U.E. La foto 1 muestra una ladera desbrozada en la que pueden observarse algunos rasgos de los desbroces: los campos desbrozados se sitúan a diferente altitud para dilatar el periodo de aprovechamiento del pasto; se combinan áreas desbrozadas con áreas sin desbrozar en las que se mantienen pequeños bosquetes o matorrales, con el fin de favorecer la alimentación y el refugio de la fauna silvestre; las laderas de mayor pendiente y próximas a barrancos se han dejado sin desbrozar para disminuir el riesgo de erosión del suelo; los márgenes de los antiguos campos se mantienen con matorrales como corredores ecológicos; los arbustos y árboles de más de 1,5-2 m de altura se dejan en los campos para favorecer la biodiversidad; la presencia de matorrales entre las áreas desbrozadas favorece el pastoreo de diferentes especies de ganado, así las vacas y ovejas prefieren la vegetación herbácea mientras que cabras y yeguas aprovechan también los matorrales.

Desde la puesta en marcha del Plan se ha desbrozado más del 25% de la superficie de matorrales Han pasado más de 30 años desde el inicio del Plan, lo que permite tener información de algunos efectos ambientales y socioeconómicos. El paisaje ha incrementado su mosaicidad, dando lugar a una estructura más compleja y de mayor diversidad. Los incendios prácticamente han desaparecido de la montaña riojana. En el conjunto de La Rioja se quemó una media de 2036 ha/año en el quinquenio previo a la puesta en marcha del plan, mientras que en el último quinquenio sólo 152 ha/año, la mayoría de ellas en el llano por actividades agrícolas. Es cierto que otras medidas relacionadas con los planes de prevención y extinción de incendios han contribuido a ello, pero no es menos cierto que los desbroces cumplen un papel esencial a través de la reducción de biomasa, la creación de un paisaje en mosaico y, sobre todo, porque los ganaderos ya no queman matorrales para regenerar pastos, puesto que la Administración se los proporciona de forma gratuita.

Foto 2: Ganado vacuno en el Valle del Leza (La Rioja)

Los desbroces permiten regenerar pastos y con ello incrementar la oferta pastoral. La evolución de los censos ganaderos ha sido espectacular. Recientemente hemos hecho un estudio en el Valle del Leza, localizado en el corazón de la Sierra Riojana, comprobando que el censo ganadero se ha multiplicado casi por 4 respecto a los años 1970 (Foto 2), a la vez que el tamaño de las explotaciones se ha multiplicado por 2,5. Se asiste, además, al nacimiento de nuevas explotaciones, gestionadas por jóvenes del Valle o por foráneos que se han establecido en el Leza buscando su modo de vida. Este dinamismo de la ganadería contrasta claramente con la atonía del sector en otros valles de la montaña mediterránea española. El desarrollo de la ganadería contribuye a mantener los pueblos vivos, rompiendo con una tendencia que les conducía a su desaparición o a quedar reducidos a la mínima expresión.

Ahora iniciamos un proyecto de investigación financiado por la U.E. con el que pretendemos conocer mejor los efectos de los desbroces en la hidrología, la evolución de la calidad del suelo, el secuestro de carbono y la biodiversidad. Con nuestra investigación tratamos de aportar pautas de gestión que combinen el desarrollo con la conservación, y de esta forma servir a los gestores y usuarios del territorio, en definitiva a la sociedad que nos paga.

José M. García-Ruiz
Instituto Pirenaico de Ecología
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
humberto@ipe.csic.es

Las áreas de montaña se han visto afectadas por un intenso proceso de abandono de tierras de cultivo debido tanto a la despoblación, que ha desmantelado buena parte de la organización social y económica del medio rural desde comienzos del siglo XX y especialmente desde la década de 1950, como a las dificultades para la práctica de la agricultura relacionadas con las fuertes pendientes y las limitaciones climáticas. El abandono también ha afectado a laderas no cultivadas, utilizadas, a veces de manera marginal, por la ganadería extensiva. Debe tenerse en cuenta que la mayor parte de las laderas solanas situadas por debajo de 1600 m de altitud fueron cultivadas en los momentos de mayor presión demográfica (a mediados del siglo XIX), a veces en pendientes extremas o mediante sistemas de agricultura nómada que estuvieron vigentes hasta la década posterior a la Guerra Civil. De ahí el deterioro experimentado por los suelos en muchas laderas.

La principal consecuencia del abandono de tierras ha sido la recolonización natural por parte de diferentes formaciones de matorral y de bosque, a las que se han sumado extensas superficies de bosque reforestado artificialmente. Es lo que se conoce como “rewilding” o renaturalización del territorio, que tiene complejas implicaciones desde distintos puntos de vista: (i) un descenso en la capacidad de generación de los recursos hídricos debido al consumo de agua por parte de árboles y matorrales y al efecto de la interceptación del agua de lluvia; de ahí la tendencia declinante del caudal en todos los ríos pirenaicos (ii) un descenso en la actividad de los procesos de erosión, reduciéndose el transporte de sedimento por parte de la red fluvial y un alargamiento de la vida útil de los embalses; (iii) una tendencia hacia la homogeneización del paisaje, que enmascara la morfología agraria (forma y tamaño de los campos de cultivo, drenajes artificiales) creada por las sociedades humanas en los paisajes culturales; (iv) un incremento del riesgo de grandes incendios a causa de la formación de amplias superficies continuas dominadas por especies leñosas; y (v) una pérdida de biodiversidad relacionada con la drástica reducción de ecotonos (zonas fronterizas entre distintas formaciones vegetales), donde vive un mayor número de aves, pequeños mamíferos e insectos, aunque se favorece la expansión de ungulados y carnívoros. Un paseo por zonas de montaña de la Península Ibérica nos confirma la gran expansión de matorrales y bosques, incluso en campos de cultivo abancalados, que ahora se desploman parcialmente, perdiendo no sólo el suelo acumulado durante siglos sino también un paisaje cultural de extraordinario valor. En alta montaña los paisajes subalpinos, que estaban ocupados por bosques densos, se empezaron a deforestar tímidamente en el Neolítico y más intensamente a partir de los siglos XII y XIII, para permitir el pastoreo estival de grandes rebaños trashumantes y trasterminantes. Estos pastos han mantenido su elevada productividad gracias a la presión ganadera y a su adecuada gestión. Sin embargo, ahora vemos cómo el arbolado progresa en altitud y reduce el espacio de pastoreo estival. Este fenómeno es espectacular en la divisoria de Las Blancas, entre los valles de Canfranc y Aísa, en la zona de Guarrinza en el valle de Hecho, y en la cabecera del río Veral.

Figura 1. Bancales abandonados en Bestué, en el entorno del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Algunos de los mejores bancales todavía se conservan, aunque la colonización por parte del arbolado es evidente, como en la parte inferior izquierda de la imagen. La tendencia hacia la homogeneización es muy acusada y amenaza la diversidad creada por un paisaje que podría seguir siendo muy útil a la ganadería extensiva.

Para algunos científicos, especialmente centro- y nor-europeos, esta es una gran oportunidad para conseguir una naturaleza más salvaje y recuperar las funciones ecológicas que dominaban el paisaje hasta que, desde el Neolítico, las sociedades humanas contribuyeron a una progresiva simplificación. Se trata de una ideología, más que de una teoría estrictamente científica, que trata de eliminar todo tipo de actividad en aquellos lugares que los agricultores y ganaderos han ido abandonando.

Figura 2. Antiguos campos cultivados en el valle del Leza (sierra de Cameros, La Rioja) que han sido desbrozados recientemente para favorecer a la ganadería extensiva. Obsérvese que solo se han desbrozado los mejores campos, de pendiente suave, y que se ha mantenido el matorral y el arbolado en las pendientes más fuertes, contribuyendo a la presencia de setos que aumentan la biodiversidad. El resto de las laderas se encuentran colonizadas por formaciones de matorral y creciente presencia de robledales. Foto: T. Lasanta.

            Sin embargo, todavía es posible una gestión del medio montano que favorezca lo que ahora se conoce como “servicios ecosistémicos” y además deje abiertas las posibilidades para que se mantenga una cierta presencia de la ganadería extensiva y, por lo tanto, de ganaderos que fijen población en el medio rural. Eso solo es posible si se revierte parcialmente la tendencia hacia el establecimiento de especies leñosas, muchas de ellas espinosas, mediante el aclareo o desbroce selectivo de los mejores lugares. La gestión agroganadera debe tener en cuenta la heterogeneidad topográfica y topoclimática del territorio montano para aumentar su diversidad, explotar los mejores lugares (de pendiente más suave, con suelos profundos, posibilidades incluso de riego), con prados de siega o de diente, mantener algunos de los mejores bancales, que contribuyen a crear riqueza y diversidad paisajística, y conservar los setos, todo ello mediante desbroces selectivos que eviten la recolonización general por parte del bosque y el matorral. El resto del territorio, allí donde predominan las fuertes pendientes y es mayor el riesgo de erosión, puede abandonarse a una sucesión vegetal natural. Esta gestión contribuye a crear un mosaico paisajístico que (i) permite la presencia de ganadería extensiva y fija población joven; (ii) aumenta la biodiversidad sin poner en peligro la expansión de mamíferos herbívoros y carnívoros; (iii) reduce el riesgo de ocurrencia de grandes incendios; y (iv) preserva parte de los viejos paisajes culturales cuya adaptación a la diversidad ambiental tanto puede enseñarnos a mejorar la gestión del medio rural. No es una propuesta nueva: los desbroces selectivos se están aplicando en muchos pueblos de la montaña riojana, con notable éxito desde muchos puntos de vista, siendo el principal la llegada de nuevos ganaderos y la recuperación de los censos de ovino y vacuno, en paralelo a la mejora cualitativa del paisaje. También se aplica en algunos sectores del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, donde se trata de favorecer la persistencia de un paisaje histórico que preserve sus mejores valores y contribuya a recuperar los censos ganaderos.