Los incendios forestales y su incidencia en los ecosistemas / David Badía
David Badía Villas
Departamento de Edafología y Química Agrícola
Escuela Politécnica Superior de Huesca
Instituto de Investigación en Ciencias Ambientales de la Universidad de Zaragoza (IUCA)
FUEGORED
badia@unizar.es
¿Por qué se quema nuestro monte?
Los incendios forestales son un fenómeno intrínseco a la naturaleza pero cuya reciente evolución va muy ligada a la actividad antrópica. Mientras se mantuvo una población en el mundo rural que aprovechaba los recursos de su entorno, apenas había qué quemar y eran escasos los incendios forestales: los pastos y matorrales alimentaban al ganado ovino; los bosques proporcionaban la madera que se usaba en la construcción, en la calefacción, en hornos….Los cambios socio-económicos y la creciente asimetría entre el mundo rural y urbano proporcionan una biomasa forestal que quemará de forma incontrolada. Así, en España ardieron medio millón de hectáreas a lo largo de la década de los sesenta, cifra que se cuadriplicó en los setenta y sextuplicó en los ochenta. Las medidas de prevención y extinción han reducido estos valores pero, con todo, se han quemado alrededor de un millón de hectáreas de superficie forestal en la última década (Fig. 1).
Figura 1.- Superficie forestal quemada (en miles de hectáreas, escala en eje izquierdo) y número de siniestros (en miles, escala en eje derecho) en España en las últimas décadas. Elaboración a partir de datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
https://www.mapa.gob.es/en/desarrollo-rural/estadisticas/Incendios_default.aspx
Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el 96% de los siniestros tienen origen antrópico, ya siendo provocados de forma intencionada, o bien causados por negligencias y accidentes; entre estos últimos, algo más de la mitad se relacionan con las prácticas agrícolas y ganaderas (https://www.mapa.gob.es). Por tanto, la prevención en relación a estas actividades es fundamental. A otro nivel se actúa mediante quemas controladas, realizadas por los Equipos de Prevención Integral, que tratan de disminuir la carga de combustible forestal y generar discontinuidades en el paisaje, si bien raramente superan las 1000 ha/año. La progresiva mejora en la extinción está detrás de que la relación incendios/conatos vaya disminuyendo en los últimos años.
El fuego, ayuda antrópica aparte, lo tiene fácil en el contexto mediterráneo, mayoritario en Aragón, tanto por el clima como por la vegetación. Las características intrínsecas de la vegetación, típicamente xerofítica, con abundancia de estructuras leñosas, con bajo contenido hídrico, y una gran riqueza en esencias volátiles, la convierten en un material fácilmente inflamable. Respecto al clima, es determinante la coexistencia de un largo período de sequía con altas temperaturas. Además, la acción del viento durante estos períodos, produce momentos de muy poca humedad atmosférica lo que facilita el inicio y propagación del fuego, generándose grandes incendios forestales.
¿Cuáles son los efectos del incendio?
Tras un incendio forestal, el aspecto desolador que nos ofrecen los esqueletos leñosos nos induce a pensar que la vida allí ha sido eliminada. Sin embargo, entre las plantas calcinadas existen especies rebrotadoras, como el lastón, la coscoja o la carrasca, de respuesta inmediata tras la quema. Y especies germinadoras como la aliaga, las jaras o el pino carrasco que, con las primeras lluvias, germinarán profusamente en un entorno con escasa competencia. Estas últimas son especies que, a nivel de población, se ven "favorecidas" por el incendio (pirófitas). Esas estrategias para regenerarse con relativa rapidez tras un incendio (autosucesión) tienen un límite que lo marca la frecuencia de quemas, de manera que si ésta es elevada el pinar o el matorral pueden acabar convirtiéndose en un yermo.
Y ¿qué sucede con el suelo quemado? Es conocida la influencia que ejerce la temperatura sobre diversas propiedades y componentes del suelo. También es cierto que en la bibliografía se ofrece una variable interpretación de esos resultados, consecuencia del espesor muestreado, del tiempo post-quema o de la representatividad de suelos-control o de réplicas suficientes para contrarrestar la alta variabilidad espacial del suelo. En cualquier caso, por poner dos ejemplos extremos, bajas temperaturas, como las de quemas prescritas de vegetación aislada (Fig. 2) o de sotobosque, apenas generan más que la evaporación del agua edáfica, mientras que las alcanzadas por la quema de restos de tala apilados sobre el suelo forestal pueden incluso fusionar arcillas. Por suerte, el suelo tiene una elevada inercia térmica que aísla estos efectos directos a los primeros centímetros más superficiales. Por otro lado, las cenizas, generalmente ricas en cationes basificantes y/o en materia orgánica, pueden incorporarse al suelo o ser parcialmente exportadas (por las propias corrientes de convección producidas durante el incendio, o bien por los vientos o lluvias posteriores). Según domine uno u otro proceso, se generará un menor o mayor empobrecimiento del ecosistema quemado.
Fig. 2. La quema controlada de especies arbustivas (en la imagen, enebro rastrero) es una práctica tradicionalmente realizada para mantener pastos de verano en el dominio del bosque.
Fig. 3. Fajina colmatada de sedimentos en los montes quemados de Luna (Julio, 2015), un año después del incendio forestal.
Por otro lado, la pérdida del recubrimiento vegetal y de las capas de mantillo deja el suelo totalmente desprotegido frente a la lluvia, lo que suele incrementar tanto la escorrentía como la erosión durante los primeros años tras el fuego (Fig. 3). Este aumento es temporal y va regularizándose tal y como se recupera la cubierta vegetal. En cualquier caso, las tasas de erosión en suelos forestales quemados no son comparables con suelos o sedimentos permanentemente desnudos.
¿Cómo evitar la degradación del suelo?
Cuando se prevé una lenta recuperación de la cubierta vegetal o la zona afectada tiene una especial sensibilidad, puede ser conveniente medidas de urgencia para proteger el suelo quemado. Ello requiere actuar con rapidez y sin que “el remedio sea peor que la enfermedad”. La intervención puede ser distinta según la pendiente, la insolación o las comunidades vegetales preexistentes. Y puede pasar por enriquecer el sistema con especies más resilientes a las quemas, no obligatoriamente arbóreas, e incluso recubrir el suelo con un acolchado de paja, que haga las funciones del mantillo desaparecido. También la retirada de madera quemada debe minimizar la pérdida de suelo.
Por lo expuesto, la lucha o la profilaxis contra el incendio forestal, complementada con el estudio de las zonas quemadas (https://fuegosol.weebly.com/), debe permitirnos mejorar nuestro conocimiento sobre estos procesos y así optimizar nuestra respuesta frente a este tipo de perturbaciones.